Ariel y su obra de arte. Tremendo caño a Paletta. Un plomero por acá...
Si existe una palabra que pueda definir a Ortega es desequilibrio. Su habilidad, su quiebre de cintura y su gambeta endiablada representan un permanente dolor de cabeza para cualquier defensor. Además, su gran dosis de coraje lo transforma en un jugador muy respetable, ya que nunca "arruga".
Jugar al fútbol es la principal filosofía deportiva de Ariel. No es mezquino; siempre trata de mostrar todo el potrero que tiene encima, logrando así llevarle alegrías a las distintas aficiones del mundo, cansadas de jugadores-amarretes, ultratácticos-y repetitivos.
Orteguita es sencillamente diferente. Ariel será siempre de River y River será siempre para Ariel. El burrito, un símbolo del buen fútbol riverplatense.
Este es mi humilde homenaje para el último ídolo de River Plate: Ortega... o simplemente Ariel.
VIDEOS - Goles a Boca
Clausura 1994
Apertura 1994
Apertura 2007
Mendoza 2008
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"El ídolo" - Fragmento del cuento narrado por el escritor uruguayo Eduardo Galeano
Y un buen día la diosa del viento besa el pie del hombre, el maltratado, el despreciado pie, y de ese beso nace el ídolo del fútbol. Nace en una cuna de paja y choza de lata y viene al mundo abrazado a una pelota. Desde que aprende a caminar, sabe jugar. En sus años tempranos alegra los potreros, juega que te juega en los andurriales de los suburbios hasta que cae la noche y ya no se ve la pelota, y en sus años mozos vuela y hace volar en los estadios. Sus artes malabares convocan multitudes, domingo tras domingo, de victoria en victoria, de ovación en ovación. La pelota lo busca, lo reconoce, lo necesita. En el pecho de su pie, ella descansa y se hamaca. Él le saca lustre y la hace hablar, y en esa charla de dos conversan millones de mudos. Los nadies, los condenados a ser por siempre nadies, pueden sentirse álguienes por un rato, por obra y gracia de esos pases devueltos al toque, esas gambetas que dibujan zetas en el césped, esos golazos de taquito o de chilena: cuando juega él, el cuadro tiene doce jugadores.- ¿Doce? ¡Quince tiene! ¡Veinte! La pelota ríe, radiante, en el aire. Él la baja, la duerme, la piropea, la baila, y viendo esas cosas jamás vistas sus adoradores sienten piedad por sus nietos aún no nacidos, que no lo verán.
Si existe una palabra que pueda definir a Ortega es desequilibrio. Su habilidad, su quiebre de cintura y su gambeta endiablada representan un permanente dolor de cabeza para cualquier defensor. Además, su gran dosis de coraje lo transforma en un jugador muy respetable, ya que nunca "arruga".
Jugar al fútbol es la principal filosofía deportiva de Ariel. No es mezquino; siempre trata de mostrar todo el potrero que tiene encima, logrando así llevarle alegrías a las distintas aficiones del mundo, cansadas de jugadores-amarretes, ultratácticos-y repetitivos.
Orteguita es sencillamente diferente. Ariel será siempre de River y River será siempre para Ariel. El burrito, un símbolo del buen fútbol riverplatense.
Este es mi humilde homenaje para el último ídolo de River Plate: Ortega... o simplemente Ariel.
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Clausura 1994
Apertura 1994
Apertura 2007
Mendoza 2008
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"El ídolo" - Fragmento del cuento narrado por el escritor uruguayo Eduardo Galeano
Y un buen día la diosa del viento besa el pie del hombre, el maltratado, el despreciado pie, y de ese beso nace el ídolo del fútbol. Nace en una cuna de paja y choza de lata y viene al mundo abrazado a una pelota. Desde que aprende a caminar, sabe jugar. En sus años tempranos alegra los potreros, juega que te juega en los andurriales de los suburbios hasta que cae la noche y ya no se ve la pelota, y en sus años mozos vuela y hace volar en los estadios. Sus artes malabares convocan multitudes, domingo tras domingo, de victoria en victoria, de ovación en ovación. La pelota lo busca, lo reconoce, lo necesita. En el pecho de su pie, ella descansa y se hamaca. Él le saca lustre y la hace hablar, y en esa charla de dos conversan millones de mudos. Los nadies, los condenados a ser por siempre nadies, pueden sentirse álguienes por un rato, por obra y gracia de esos pases devueltos al toque, esas gambetas que dibujan zetas en el césped, esos golazos de taquito o de chilena: cuando juega él, el cuadro tiene doce jugadores.- ¿Doce? ¡Quince tiene! ¡Veinte! La pelota ríe, radiante, en el aire. Él la baja, la duerme, la piropea, la baila, y viendo esas cosas jamás vistas sus adoradores sienten piedad por sus nietos aún no nacidos, que no lo verán.