A fines del 91 fue presentado en sociedad en el triunfo frente a Platense 1 a 0. Su fútbol de potrero siguió siendo apreciado por por el exigente hincha de River. Ortega siempre llevó en sus gambetas los colores de River. Tanto que cuando veía enfrente a boca se motivaba más. Desde su primer superclásico, el 4/5/92, cuando enloqueció a Juan Simón y a Diego Soñora, supo que este partido era diferente de los demás. Su momento cumbre en el clásico de los clásicos se dió el 14/12/94, en el 3-0 en la Bombonera en el que dio cátedra de fútbol junto a Marcelo Gallardo y Enzo Francescoli. Ese día el Burrito paseó a Fabri y a Mac Allister y como postre se llevó un golazo de emboquillada a Navarro Montoya. En su último partido jugado en la Bosteria con la camiseta de River, Ariel volvió a brillar en el 3-0 que culminaría con la obra maestra de Ricardo Rojas y su vaselina.
Ya la rompía con los grandes de Atlético Ledesma de su Jujuy natal, cuando en diciembre de 1990 le llegó la oportunidad de probarse en River. Ariel tenía en ese momento 16 años y unas ganas tremendas de triunfar con la camiseta que había soñado toda su vida. Luego del largo viaje desde su provincia, el coordinador de la Divisiones Inferiores, el brasileño Delem, le dijo que fuera a descansar y que otro día lo miraría. Pero no quizo esperar y al cabo de 15 minutos de quebrar la cintura y dejar chicos por el camino convenció al cuerpo técnico de que estaba destinado a triunfar en el club.
Se integró a la Sexta, en la que jugó 11 partidos antes de pasar a la Reserva, donde aquellos hinchas que van temprano a la cancha se empezaron a enamorar de sus indescifrables gambetas. Pronto tuvo la oportunidad de mecharse en algunos entrenamientos de la primera y dejar mal parados a los jugadores de experiencia. Entre Higuaín y Comizzo le hicieron pasar una prueba de fuego. Ortega le metió un caño al Pipa, que le respondió con una patada. Ariel se levantó calladito y los siguió encarando. Entonces Comizzo gritó: "No le peguemos más que este pibe tiene huevos en serio".
Ya la rompía con los grandes de Atlético Ledesma de su Jujuy natal, cuando en diciembre de 1990 le llegó la oportunidad de probarse en River. Ariel tenía en ese momento 16 años y unas ganas tremendas de triunfar con la camiseta que había soñado toda su vida. Luego del largo viaje desde su provincia, el coordinador de la Divisiones Inferiores, el brasileño Delem, le dijo que fuera a descansar y que otro día lo miraría. Pero no quizo esperar y al cabo de 15 minutos de quebrar la cintura y dejar chicos por el camino convenció al cuerpo técnico de que estaba destinado a triunfar en el club.
Se integró a la Sexta, en la que jugó 11 partidos antes de pasar a la Reserva, donde aquellos hinchas que van temprano a la cancha se empezaron a enamorar de sus indescifrables gambetas. Pronto tuvo la oportunidad de mecharse en algunos entrenamientos de la primera y dejar mal parados a los jugadores de experiencia. Entre Higuaín y Comizzo le hicieron pasar una prueba de fuego. Ortega le metió un caño al Pipa, que le respondió con una patada. Ariel se levantó calladito y los siguió encarando. Entonces Comizzo gritó: "No le peguemos más que este pibe tiene huevos en serio".