Ariel y Enzo, festejan la goleada en la Bombonera
Dicen los que saben que los grandes jugadores aparecen en las más difíciles y éste jujeño, que por ese entonces tenía 20 años recién cumplidos, eligió un Superclásico para dejar de llamarse Orteguita.
Jugó en una Bombonera repleta de presión con soltura y alma de potrero; gambeteó y desparramó rivales jugando como wing derecho y no se cansó nunca de pedirla y de resolver en una baldosa. Dejó en ridículos a Mac Allister (¡pobre colorado!), Navarro Montoya y al experimentado defensor Juan Simón.
A los 14 minutos de la segunda mitad entró al área por la punta derecha ¿cuando no? y sacó un latigazo infernal que se clavó en el ángulo izquierdo de Navarro Montoya. Luego, siguió enloqueciendo rivales y provocó la expulsión de Peralta. Más tarde llegaría el segundo de Hernán Crespo para adornar el resultado.
Ese mismo año, el 11 de diciembre y con un Mundial encima, Ariel volvió a pisar la cancha de Boca. Esta vez, tenía a un compañero de lujo a su lado: Enzo Francéscoli. Nuevamente fue la figura del Superclásico, en aquella inolvidable goleada por 3-0 que le permitió al equipo de Gallego coronarse campeón invicto -por única vez en la historia- una semana después.
El Chango clavó un derechazo desde afuera del área por encima del cuerpo del mismo Navarro Montoya y colocó el 2 a 0 parcial. Anteriormente, le habían cometido el penal que Francescoli luego transformaría en gol.
Año 2002, tenía que volver el Burrito de las mil y un gambetas para alterar la historia y sacarnos de encima una mochila pesada otra vez después de 8 años. Con una actuación soberbia y participando activamente de los 3 tantos, Ariel fue el protagonista de otra goleada histórica en la Bombonera. Sirvió a Esteban Cambiasso (en el primer gol) y a Ricardo Rojas (en el tercero). Robó la pelota a Serna en la mitad de la cancha, la llevó al área rival, la abrió a Zapata a la izquierda, la volvió a recibir y dejó solo a Cavenaghi para que éste dejara a Coudet listo para empalmar el segundo. Tenía que regresar Ariel para poder gritar en La Ribera. Posteriormente, River gritó campeón por trigésima vez.
Pero en nuestro estadio le faltaba regalarse a sí mismo y al público riverplatense una actuación desopilante. Y fue el 7 de octubre del 2007, su tercera etapa con la banda sangre sobre el pecho, la de la gran actuación ante Boca en el Monumental. La coronó con un tanto a través del tiro penal que mandó a la red en el minuto 31 de la primera mitad. Y eso que dejó a los hinchas con el corazón a mil y el grito atragantado de tanto sufrir porque tuvo que patear dos veces la pena máxima, ya que en la primera, se había adelantado el arquero Caranta. Además, se lo había contenido el arquero rival, arrojándose a la derecha del Burrito. Pero en la repetición, el jujeño eligió el mismo palo y el arquero se tiró al otro. Gol y delirio. Saltó, Ortega, los carteles publicitarios, y se mandó atrás del arco que da al Río de la Plata, de cara a la tribuna local. Los hinchas no pararon de alentarlo y de gritar por él. Por este Burrito superclásico de 33 años y magia eterna. Por ese ídolo que no paró de bailar a sus marcadores de turno, que hamacaba la cintura para un lado y para el otro, y siempre salía airoso en esas incursiones.
Dicen los que saben que los grandes jugadores aparecen en las más difíciles y éste jujeño, que por ese entonces tenía 20 años recién cumplidos, eligió un Superclásico para dejar de llamarse Orteguita.
Jugó en una Bombonera repleta de presión con soltura y alma de potrero; gambeteó y desparramó rivales jugando como wing derecho y no se cansó nunca de pedirla y de resolver en una baldosa. Dejó en ridículos a Mac Allister (¡pobre colorado!), Navarro Montoya y al experimentado defensor Juan Simón.
A los 14 minutos de la segunda mitad entró al área por la punta derecha ¿cuando no? y sacó un latigazo infernal que se clavó en el ángulo izquierdo de Navarro Montoya. Luego, siguió enloqueciendo rivales y provocó la expulsión de Peralta. Más tarde llegaría el segundo de Hernán Crespo para adornar el resultado.
Ese mismo año, el 11 de diciembre y con un Mundial encima, Ariel volvió a pisar la cancha de Boca. Esta vez, tenía a un compañero de lujo a su lado: Enzo Francéscoli. Nuevamente fue la figura del Superclásico, en aquella inolvidable goleada por 3-0 que le permitió al equipo de Gallego coronarse campeón invicto -por única vez en la historia- una semana después.
El Chango clavó un derechazo desde afuera del área por encima del cuerpo del mismo Navarro Montoya y colocó el 2 a 0 parcial. Anteriormente, le habían cometido el penal que Francescoli luego transformaría en gol.
Año 2002, tenía que volver el Burrito de las mil y un gambetas para alterar la historia y sacarnos de encima una mochila pesada otra vez después de 8 años. Con una actuación soberbia y participando activamente de los 3 tantos, Ariel fue el protagonista de otra goleada histórica en la Bombonera. Sirvió a Esteban Cambiasso (en el primer gol) y a Ricardo Rojas (en el tercero). Robó la pelota a Serna en la mitad de la cancha, la llevó al área rival, la abrió a Zapata a la izquierda, la volvió a recibir y dejó solo a Cavenaghi para que éste dejara a Coudet listo para empalmar el segundo. Tenía que regresar Ariel para poder gritar en La Ribera. Posteriormente, River gritó campeón por trigésima vez.
Pero en nuestro estadio le faltaba regalarse a sí mismo y al público riverplatense una actuación desopilante. Y fue el 7 de octubre del 2007, su tercera etapa con la banda sangre sobre el pecho, la de la gran actuación ante Boca en el Monumental. La coronó con un tanto a través del tiro penal que mandó a la red en el minuto 31 de la primera mitad. Y eso que dejó a los hinchas con el corazón a mil y el grito atragantado de tanto sufrir porque tuvo que patear dos veces la pena máxima, ya que en la primera, se había adelantado el arquero Caranta. Además, se lo había contenido el arquero rival, arrojándose a la derecha del Burrito. Pero en la repetición, el jujeño eligió el mismo palo y el arquero se tiró al otro. Gol y delirio. Saltó, Ortega, los carteles publicitarios, y se mandó atrás del arco que da al Río de la Plata, de cara a la tribuna local. Los hinchas no pararon de alentarlo y de gritar por él. Por este Burrito superclásico de 33 años y magia eterna. Por ese ídolo que no paró de bailar a sus marcadores de turno, que hamacaba la cintura para un lado y para el otro, y siempre salía airoso en esas incursiones.